martes, 17 de agosto de 2010

Meg

esta vez la situación se complico más de lo previsto. Meg se compadeció de aquella anciana de la fila 5 que usaba bastón para poder caminar. A mi me importaba un bledo toda eas gente. Aburridos, yendo al banco, haciendo filas, dejándose tratar peor que la basura. Meg ayudó a la pobre anciana a salir del Banco mientras el fuego iba consumiendo escritorios, papeles, dinero, cámaras de seguridad, a un cajero que no pudo salir. Lo fascinante del fuego es su relampagueante vida. Puede mutar de fuego a cenizas en un santiamén. Meg seguía ayudando a la anciana; esta sudaba a chorros no se si por el miedo a morir (creo que ya estaba acostumbrada a esa edad) o por el incesante calor del lugar.

- Apúrate perra, si no te dejo calcinar como todo lo demás detrás tuyo.

salimos caminando mientras que los espectadores gozaban de una bella obra antes de llegar a sus trabajos. algunos usaban sus celulares para tomar fotografías, otros realizaban llamadas, gritos de mujeres por doquier, lo hombres pasivos analizaban la situación, no había ninguna autoridad cerca. Fue nuestro banco 25 en 3 meses de actividad. Me impaciento tan solo en pensar que diran los diarios mañana.
“100 millones calcinados” “Imparables” “El estado no puede con ellos “.
No tomamos el dinero del banco, lo quemamos. disfruto esa sensación de llegar a un lugar y tomar lo que me haga falta. Todo lo hago sin dinero. me estorba. Meg llega junto a mi solo para alejarnos de la escena. Encendemos el carro y apresuramos nuestra huida. a lo lejos, las incesantes sirenas de los distintos cuerpos de seguridad van haciendo su aparición. Enciendo un pitillo y dejo atrás aquella obra. Sabes, uno no debe enamorarse ni de las mujeres ni de las obras que realiza, el presente es lo único que tenemos.
- dale a la derecha, Meg, que ya estamos cerca del banco nacional.- le digo.

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